¿Necesita el ser humano la carne? Razones por las que no se debe comer carne

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Algunas personas siguen pensando, erróneamente, que necesitamos la carne para estar sanos y que, de alguna manera, estamos «diseñados» para comerla en abundancia. Aquí examinamos los principales cambios alimentarios que han tenido lugar a lo largo de la evolución humana y cómo el reciente aumento del consumo de carne podría provocar nuestra perdición.

¿Necesita el ser humano la carne?

No es así. Todos los nutrientes que necesitamos para gozar de buena salud pueden encontrarse sin comer carne ni otros productos animales. De hecho, las investigaciones demuestran que tendemos a estar mejor sin estos productos. Innumerables estudios científicos han relacionado nuestro consumo de productos animales con un mayor riesgo de padecer enfermedades crónicas, como enfermedades cardíacas, diabetes de tipo 2, obesidad y algunos tipos de cáncer. A través del trabajo de nuestras campañas, hemos conocido a muchas personas inspiradoras que tocaron fondo antes de hacer cambios en sus dietas que les salvaron la vida. Pero para muchas otras personas, que no tienen acceso a la información o a alimentos sanos basados en plantas, o que no pueden romper con viejos patrones y tradiciones destructivas, el coste puede ser realmente alto.

Breve historia del consumo de carne

Las investigaciones sobre las dietas primitivas tienden a destacar el consumo de carne, y esto podría deberse a que los huesos se conservan mejor que las plantas y, por tanto, es más probable que se encuentren en las excavaciones arqueológicas. En realidad, las dietas de los primeros homínidos habrían variado mucho, dependiendo de la época de la que hablemos, del lugar del mundo en el que vivieran, de lo que hubiese disponible y de la estación del año.

Cuando los arqueólogos examinaron el yacimiento de Gesher Benot Ya’aqov, en el norte de Israel, ocupado hace 780.000 años por el Homo erectus o por una especie estrechamente relacionada, encontraron pruebas de, al menos, 55 plantas comestibles diferentes. Pero, en cuanto al equilibrio dietético entre carne y plantas, no hay una respuesta definitiva. Peter Ungar, de la Universidad de Arkansas, dice: «La evolución humana es un trabajo en curso y las dietas probablemente variaron a lo largo de un continuo tanto en el tiempo como en el espacio».

Pero Amanda Henry, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, cree que los homínidos eran «con mucha probabilidad, vegetarianos en su mayoría». Y es que nuestros antepasados (como nosotros) necesitaban plantas para sobrevivir, pero podían estar sanos con muy poca o ninguna carne. Solo necesitaban una variedad de alimentos vegetales y suficientes calorías.

El cambio climático

Hay pocas pruebas de la dieta de los primeros homínidos (los que vivieron hace 6 o 7 millones de años), pero es probable que comieran frutas, semillas, cortezas, flores, tubérculos, algunos insectos y un poco de carne si la encontraban; algo muy parecido a la dieta de los chimpancés de hoy. Pero hace unos 2,5 millones de años ocurrió algo: nuestros antepasados empezaron a comer más carne.

Se ha teorizado que este cambio en la dieta se debió a un cambio en el clima. En esa época, la Tierra se volvió más cálida y seca, lo que habría hecho que las plantas de las que dependían para alimentarse fueran más escasas. Los bosques que habían proporcionado abundantes frutos se redujeron mientras que las praderas prosperaron; y con las praderas llegaron los animales de pastoreo.

La invención de la herramienta

El uso de herramientas, que comenzó hace unos 2,6 millones de años, también contribuyó al consumo de carne. Antes de eso, comer carne era un reto, ya que nuestros antepasados solo podían arrancar la carne de un hueso con los dedos. Pero al separar la carne del esqueleto, cortarla y raspar el tuétano blando, encontraron la forma de comer más carne que nunca.

El carroñero

Sigue debatiéndose si los primeros homínidos hurgaban en la basura o cazaban, pero los arqueólogos que excavaron un yacimiento de dos millones de años en Kenia hallaron pruebas de ambos, y esta es la primera evidencia conocida de ambos comportamientos. Sin embargo, no se sabe cuál era la actividad principal, y si el hecho de comer carroña era más pasivo (encontrarse con un cadáver) o activo (ahuyentar al depredador después de una matanza), pero cualquiera de los dos habría permitido un mayor consumo de carne.

El fuego

El descubrimiento de cómo controlar el fuego hace al menos 800.000 años (aunque hay algunas pruebas de que pudo ser antes) creó otro cambio en nuestra dieta. Los homínidos no solo podían cocinar los tubérculos, haciéndolos más digeribles, sino que podían eliminar los patógenos de la carne que provocaban enfermedades. Las pruebas demuestran que una mejor nutrición en esta época condujo a cambios físicos: tanto el tracto digestivo como los dientes del Homo erectus disminuyeron y su cerebro aumentó de tamaño.

La revolución agrícola

Si suponemos que la llegada de la agricultura mejoró la dieta y el bienestar de nuestros ancestros buscadores de alimentos, nos equivocamos. Cuando nuestros antepasados se asentaron, su dieta volvió a cambiar, volviéndose menos variada y, por primera vez, experimentaron un exceso calórico. Esta época trajo consigo, en un primer momento, una disminución de la estatura y de la esperanza de vida en comparación con los nómadas que les precedieron.

¿Qué se supone que debe comer el ser humano de forma natural?

No hay ningún momento de la historia que podamos señalar y decir «eso es lo que se supone que debemos comer hoy». Nuestros antepasados comían lo que estaba disponible, no lo que estaban «diseñados» para comer. Los que vivían en la costa, por ejemplo, comían mamíferos acuáticos y peces. Los que vivían en el Kalahari central comían muchos melones azucarados y raíces con almidón. Nuestro éxito evolutivo radica en nuestra capacidad de consumir una amplia gama de alimentos, pero eso no responde a la pregunta ¿cuáles deberíamos comer hoy?

Si nos fijamos en nuestra fisiología, en cómo ha evolucionado nuestro cuerpo y en qué alimentos puede asimilar mejor, veremos que nuestros intestinos son como los de los monos y los simios y, si nos guiamos por lo que nos dicen nuestros intestinos, nos basaríamos en gran medida en las plantas, con algunos insectos y quizá un poco de carne de vez en cuando. Esto está muy lejos de las dietas típicas de hoy en día.

Las investigaciones demuestran sistemáticamente que la dieta occidental común es la causa de una serie de enfermedades, dolencias y muertes prematuras. Podemos tolerar un poco de carne, pero nunca hemos comido las cantidades que se consumen hoy en día y, sin duda, nos está pasando factura.

Llevar una dieta basada en alimentos integrales ayuda a prevenir, detener e incluso revertir algunas de las principales causas de muerte, cómo las enfermedades cardíacas, la obesidad y la diabetes de tipo 2. Y cuando basamos nuestras comidas en plantas como frutas, legumbres, verduras, ensaladas, hierbas, especias, frutos secos, cereales y tubérculos no solo reducimos el riesgo de enfermedades, sino que también tenemos más posibilidades de vivir más tiempo.

¿Por qué los humanos siguen comiendo carne?

Lo hacemos porque nuestros padres nos enseñaron a hacerlo, que a su vez fueron enseñados por los suyos. Y aunque nosotros y nosotras, como personas modernas con datos e investigaciones a nuestro alcance, sepamos algunos de los daños que causa a nuestra propia salud, al planeta y a los animales, la comemos porque somos producto de culturas y sociedades que heredaron (y han normalizado) el consumo de carne. Sobre todo, quizás, la comemos porque nos gusta y no porque la necesitemos.

¿Por qué no se debe comer carne?

Está claro que el consumo de carne ha desempeñado un papel clave en nuestra historia evolutiva, pero sí ahora no nos sirve, ¿podemos utilizar esos grandes cerebros que hemos desarrollado y cambiar nuestra dieta para mejorarla?

Las investigaciones constatan sistemáticamente que una dieta variada basada en plantas reduce el riesgo de algunas de las enfermedades más letales a las que nos enfrentamos: enfermedades cardíacas, obesidad, diabetes de tipo 2. Toda la carne procesada es cancerígena. Toda la carne roja es «probablemente» cancerígena. Y esto es solo el principio de los peligros que presenta nuestro consumo de carne para los humanos.

La mayor parte de la carne que se consume hoy en día procede de animales criados de forma selectiva y de forma intensiva en entornos estrechos e inmundos en los que las enfermedades y la muerte son habituales. Millones de animales sucumben a las duras y estresantes condiciones en las que se ven obligados a vivir. Para frenar las pérdidas, los ganaderos de todo el mundo utilizan grandes cantidades de antibióticos y este uso excesivo aumenta el riesgo de que aparezcan patógenos resistentes a los antibióticos. Según el CDC, en Estados Unidos cada 11 segundos alguien contrae una infección resistente a los antibióticos y cada 15 minutos muere alguien. Con la amenaza muy real de perder la eficacia de los antibióticos, estamos pagando un precio muy alto por nuestro consumo de carne.

Y luego, está la amenaza que el consumo de animales supone para todo el mundo a través de las pandemias. Dado que tres cuartas partes de las enfermedades infecciosas que surgen en las personas proceden de los animales, es una locura encerrar a los animales en las granjas industriales. Y cuando destruimos los hábitats de los animales salvajes, cómo hacemos a menudo para disponer de más tierras para la cría de animales, aumentamos el riesgo una vez más. La Plataforma Intergubernamental Científico-Política sobre la Biodiversidad y los Servicios de los Ecosistemas lo confirma: «La destrucción del hábitat y la invasión de los seres humanos y el ganado en los hábitats biodiversos proporcionan nuevas vías para que los patógenos se extiendan y aumenten las tasas de trasmisión».

Si estas no fueran suficientes razones para dejar de comer carne, ¿qué hay del cambio climático? La ganadería que, por supuesto, está impulsada por el consumo de carne es responsable del 14,5 % de todas las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por el ser humano. Nuestras elecciones alimentarias están provocando temperaturas extremas, incendios forestales e inundaciones que cobran vidas y destruyen comunidades. Sabemos que, para limitar la devastación, debemos cambiar nuestra forma de comer.

Conclusión: ¿Puede el ser humano sobrevivir sin carne?

Nosotros y nosotras, no solo podemos, sino que hemos prosperado sin hacerlo. La pregunta debería ser: ¿cuánto tiempo más sobreviviremos (individualmente y como especie) si seguimos criando animales y comiendo la cantidad de carne que comemos hoy? Comer carne puede haber desempeñado un papel clave en la evolución de los humanos, pero si no dejamos de comerla ahora, también podría provocar el fin de nuestra especie.

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